Primeras medidas sanitarias del cuerpo en clase

Me di cuenta que no tenía ganas de crear nada. Nada nuevo. Nada diferente. Si bien eso siempre fue así, por aquello de que está todo inventado. Pero esta vez me di cuenta que no tenía ganas de imaginarme nada. Toda la vida he sido demasiado imaginativo, demasiado. Mi imaginación ha sido la amiga y enemiga más frecuente que he tenido, es un mecanismo casi natural que despliega mi mente para vivir, o sobrevivir. Cuando la imaginación se impone, todo está contaminado y es una peste dulce que hace que todo sea más lindo. Es un filtro de imagen por defecto.

Pero ahora quería empezar desde otro lugar. No quería escribir una historia. Ya hay demasiada ficción entre nosotros. Estamos todos siendo los extras de esta película de ciencia ficción de bajo presupuesto. Seguimos estando en un país chiquito de Latinoamérica y hay cosas que no cambian, por más que vengan siete pestes o las invasiones bárbaras. Los presupuestos nunca alcanzan para poner robots de última generación o contratar a alguien del star system –y mejor que no lo intenten porque sería el toque bizarro de todo esto-, esas cosas en un lugar donde no hay una industria audiovisual millonaria, siempre quedan mal.

Ahora esta película no está en mi cabeza, está aquí, aquí con todos. Es movilizador saber que ahora estamos por primera vez en la misma ficción, que es tal vez la imaginación de otro, y eso es más perturbador y preocupante.

Mi vida en cuarentena

Viernes 3 de abril de 2020.

Son las 7.20 de la mañana. Sonó el reloj porque a las 8 tengo un encuentro de Zoom de nivel. De nivel no quiere decir que sea «de nivel», como de: «¡qué nivel!» De nivel quiere decir que es un encuentro de nivel educativo. Que todos los que van a participar son profesores de ese mismo nivel (año), están el equipo directivo y los tutores de los grupos. A las 10 otra charla de nivel con otra institución educativa y a las 12 soy invitado a una clase de un colega, como una especie de espía al descubierto. A las 15hs tenía otra charla de cómo funciona esta nueva plataforma de comunicación, pero hace dos semanas que la vengo usando, ya no quiero más cursos, es suficiente virtualidad por el día de hoy.

Hace tres semanas que explotó esta nueva época… La época de la virtualidad excesiva. Y me da miedo lo rápido que me adapté a ser un bicho virtual 24 horas open, 24 horas matrix. Responder mails, hacer aulas virtuales que incluyan imágenes y textos que evoquen. Que me gusten como el montaje virtual de la escena de una clase favorita. ¿Cómo la decorarías?  Pensar imágenes, colores, pautas. Todo el esteticismo en la virtualidad, pienso, mientras veo mi reflejo que incluye algunos pelos maltrechos y unas discretas lagañas.  Se afirmó la era de imagen digital, me repito.

Se explotó en mis manos y en mi cara y en el living de mi casa, la planificación anual –real-, esa que hace un par de años se imprimía y se enganchaba en la libreta de papel. Ahora tengo que pensar en digitalizarlo todo y me dejo seducir por la estética virtual. Sé que todo entra por los ojos en esta virtualidad obligatoria. Éste es el mundo hoy. ¡Despierta! Quien resiste en escena sufre, la pasa mal. ¡Así que me entrego! Me entrego más fácil que a mi helado favorito y me abrazo con la virtualidad, y me dejo llevar casi como en una escena de alto voltaje (una expresión bien vintage) y ya estamos ahí, jugados. Y cuando queremos acordar se pasó la hora y los dos nos damos cuenta que esto da para largo, que formalicemos o no, nuestra relación «sin rótulos» ya tiene gancho… y nos vamos a ver todos los días. Y así estoy, hace un rato pensando en las actrices y los actores que me gustan para que invadan los muros de mis clases virtuales. Casi como en un descenso madurativo, dedicando mis horas a la elección estética de esas imágenes que ahora iba a poner en mi nuevo salón/cuarto. Cómo aquel adolescente que pegaba hojas secas, porque lo había visto en una tienda de ropa y le había parecido buenísimo, llevar esa naturaleza muerta con un toque de poesía barata a sus paredes. El mismo que dibujaba rostros enormes sobre sus muros. No tan enormes porque dormía en la parte de abajo de una cucheta, pero se veían enormes y sumamente extraños, pero a mí me gustaban. Como me gusta ahora una fotografía de Chaplin sentado en el piso o catorce rostros posibles de la actriz australiana que me encanta pero nunca me puedo acordar el nombre, tampoco me acuerdo si es australiana o inglesa. Y ya está en el aula.

¿Qué hora es? ¿Qué hora es?

Me encantaría poder dormirme a las 20 y levantarme a las 4 de la mañana, pero son 2:55 am y aún no me duermo. Me gustaría poder dormir apenas se va el sol y levantarme antes que él despierte. Y hacer muchas cosas previas a tener que empezar con esta nueva vida virtual.

Sueño que voy a ser un Samurái o un meditador ejemplar. Voy a hacer mucho ejercicio físico. Ashtanga yoga, ejercicios de resistencia, saltar, bailar, algún entrenamiento funcional que me dé fuerzas para moverme, y un entrenamiento sobre caminatas de animales que vi que hacía un tipo en YouTube, antes que todo esto pasara, aunque seguro que sigue vivo porque era un guerrero fuerte y sano.

Pero no puedo dormirme temprano. El ciclo circadiano o el reloj biológico, o como se llame, lo tengo mal puesto. ¡Tiene la hora mal puesta estoy seguro! Y no se puede ir contra un reloj que fue mal programado. Lamento entender en esta cuarentena que nunca seré un Samurái. Y como estoy despierto robo. No es una justificación. Es la ventaja de estar despierto cuando todo el mundo duerme, porque así es como uno se roba algo del sueño de los otros. Quien escribe algo roba y si es de noche roba más.

Mañana tengo que corregir trabajos web. A medida que llegan los vídeos de los estudiantes los veo sin pausa. Me genera mucha ilusión ver las cosas que crean. Me pongo especialmente sensible y celebro todo más que un padre orgulloso que ve a su bebé hacer las primeras caras. No me doy cuenta si solamente estoy envejeciendo, enloqueciendo, o qué… Pero a veces me da miedo haber perdido el criterio o tal vez ahora logro ver más cosas desde este encierro que me obliga a reconocer mi ignorancia más que nunca y me invita a la celebración de la fuerza expresiva por su sola existencia. Y festejo cada nueva entrega. Sobre todo aquellos que son realmente buenos. Ahí me doy cuenta que a pesar de que un bicho invisible se esté comiendo el mundo, mi criterio no se lo ha llevado del todo ningún virus informático y puedo lanzar rápidamente los porqués. En la corrección me apasiono y busco argumentar mis opiniones teniendo en cuenta los criterios de evaluación empleados para esta pauta.

Hace rato que estoy corrigiendo y ya me duelen las cervicales. Me duele el cuello, el pescuezo, la computadora es asesina del cuerpo. Si hubiera aprendido a hacer parkour saltaría de una y en un giro picaría sobre el teclado y quedaría pegado sobre la puerta de la heladera -como una rana diminuta y pegajosa- abriría la puerta y me serviría agua sin tocar el piso, sosteniéndome por la fuerza de mis pies imantados. Y así de nuevo, picaría en una silla y volvería a estar enfrente de este bicho techno. Pero no puedo moverme. Mi cuerpo está duro frente a una pantalla anatómica de colores. Ella es la gimnasta en este retiro obligatorio. Ella gana.

Busco soltarla un poco. Salir. Desconectar. Tanta ciencia ficción no es buena para ningún cuerpo. «Mi imaginación era más benévola después de todo»», pienso, mientras tomo conciencia de que la tecnología es avasallante e irrespetuosa. No me la va a ser fácil, así que pronto tendré que diseñar un plan para engañar el sistema. Como un hacker reivindicativo de la voluntad del cuerpo y del poder genuino del imaginario. Vuelvo a convocar a la imaginación al encuentro, como en un pase chamánico, ella se puede enfrentar a todo, también a la tiranía tecnológica. Ahora no se trata de engañar a nadie ni de evadirme del sopapo crudo del presente. La imaginación es mi aliada para sobrevivir al nuevo orden de la triple www del día, del alumno pantalla y la clase en la nube. La imaginación tiene que venir a asistirme, ahora más que nunca. Ahora que el programa está guardado en el aula de una realidad paralela. ¿Qué &$# hago para seguir con mi curso? Si no se puede planificar la vida (nunca se pudo), ¿se puede en este contexto planificar un programa? ¿A quién estoy buscando engañar con un programa? ¿A quién necesito calmar? La incertidumbre es la presidenta del mundo y se la puede negar pero ella sonríe de forma amigable.

Igual necesito ordenarme. No voy a ser un Samurái, ya lo entendí, pero necesito pensar en qué forma se podría hacer. En plena crisis, vuelve la imaginación a rescatarme, a articular pensamientos, nuevas pautas, y me ocupo especialmente de nuevas formas de encuentro. No puedo trasladar un aula real a esta dimensión. No lo puedo hacer. Mis primeros intentos de encuentro virtual eran una charla, un estoy aquí y vos estás ahí, y está bien que sea así, «los llamaba para saber cómo están» nada más. Necesitaba naturalizar la ficción. El segundo encuentro buscaba responder preguntas, evacuar dudas sobre las tareas virtuales, pero sabía que ese sistema de intercambio tenía que evolucionar. Estamos en esta realidad y tenemos que aprender a usarla a nuestro favor.

Me quedé reflexionando un rato sobre la construcción del aprendizaje. Todos los cambios que fue teniendo desde un tiempo a esta parte y la invitación y búsqueda permanente de nuevas estrategias para que los estudiantes adquirieran competencias. Todo eso me sonaba a una de las tantas charlas -de la época presencial-  a la que había asistido. Y en ese entonces yo estaba feliz porque sabía que el arte trabaja con las competencias desde su origen. Están en su naturaleza, es casi imposible enseñar una disciplina artística sin que se convierta en una herramienta de trabajo, es acción. Y saber que lo trasciende todo, porque  el arte está más allá de uno.

Pero llegó la distancia virtual y empecé a dudar de la posibilidad que en las clases se pudieran generar verdaderas vivencias, verdaderos instrumentos de transformación. Y cuando no veía otra salida que repetir «el modelo tutorial del  máster de la educación a distancia», con sus recomendaciones sobre las tareas y devoluciones, vino la imaginación a cuestionarme, a apabullarme y a empujarme a repensar el cuerpo en mis futuras prácticas.

Crear a distancia

Sospecho que el juego es el camino. Trazar nuevas consignas previas a cada encuentro virtual, que hagan de ese momento una experiencia única. Como por ejemplo para la clase de hoy en la que todos deberán apagar sus cámaras cuando les llegue su turno y podrán jugar con la visualidad en el desafío del ingreso al ejercicio, como cuando en clase salen del salón para preparar su ingreso triunfal. O para la clase de mañana, donde la invitación previa advierte que nadie podrá tener prendido su micrófono (yo tampoco) por lo tanto deberán leer la pauta en vivo desde el chat y crear desde el silencio a distancia. Desarrollar la creación con este nuevo límite, que siempre abre posibilidades, en este nuevo juego. Teniendo el cuerpo como intermediario tratando de defender la presencia. Peleándose con el cuerpo en la virtualidad, al rescate de la expresión.

Y es bueno ordenarse para reaccionar a un momento espontáneo. Para generar una reaccionar en cadena, la lista nos puede ayudar a integrar el juego a tiempo, a dominar la atención en tiempos de pantalla. Y así jugar a la acción-reacción.

Tenemos que establecer nuevos hábitos, como cuando llegaban a la clase y tenían que dejar sus cosas fuera del espacio de trabajo y sacarse los zapatos. La clase web está terminando y algunos preguntan si hay que traer ropa cómoda para la clase que viene. Lo que sólo podría ser un chiste es un hecho: «Sí, estamos en una clase y hay que prepararse para poder ingresar, disponerse al encuentro.»

Que cada día sea una nueva cita con el aprendizaje, que me gustaría, como en mi imaginación, que sea una oportunidad mágica. Mientras sueño nuevas clases me voy quedando dormido. Entendiendo que es momento de aliarse con la imaginación, no de pelearse, para traducir con creatividad los recursos y hacer de estas aulas virtuales una experiencia en movimiento, transformadora y singular.

Porque si siempre fue aburrido estar sentado en el mismo lugar viendo cómo rotan interlocutores imagínense ahora que ni siquiera pueden salir al recreo.

Domingo Milesi

Profesor de teatro de Bachillerato artístico.